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Clyde McGee: Fe, satélites y la primera comunión mundial

En una época definida por el rápido avance tecnológico, es fácil pasar por alto la inspiración divina que a menudo desencadena tal innovación. Pero, en la vida de Clyde Thomas McGee, un brillante ingeniero de satélites y creyente lleno del Espíritu Santo de Ackerman, Mississippi, la ciencia y la fe no recorrían caminos separados, sino el mismo.

Su extraordinario recorrido entrelazó el genio matemático con la obediencia espiritual, lo que finalmente manifestó uno de los eventos más unificadores de la historia cristiana: el Servicio de Comunión Mundial de los Ministerios Kenneth Copeland. El servicio, realizado vía satélite el 28 de agosto de 1982, reunió a iglesias en 200 localidades de los Estados Unidos y 11 países adicionales, incluida Corea del Sur, para la primera comunión simultánea a nivel mundial.

Orígenes humildes y una visión celestial

Clyde McGee comenzó su vida de forma modesta, trabajando en la tienda de comestibles de su padre en la pequeña localidad de Ackerman, Misisipi. Sin embargo, una prueba en el instituto reveló que su intelecto era genial. Este descubrimiento le valió una beca completa para la Universidad Estatal de Misisipi, seguida del servicio militar y una carrera en la División Espacial de Hughes, donde se convirtió en una figura prominente del programa espacial estadounidense.

Pero McGee no era solo un pionero científico; también era un hombre de profunda fe. Su esposa, Eufaula, formaba parte de la famosa familia Blackwood, conocida por su legado en la música gospel. A través de ella, Clyde se sumergió en la cultura pentecostal llena del Espíritu del sur de Estados Unidos. La oración, la profecía y los dones del Espíritu Santo no eran prácticas ocasionales, sino disciplinas cotidianas.

La regla de cálculo y el Espíritu

Lo que distinguía a Clyde no era solo su brillantez, sino cómo la utilizaba. Mientras sus compañeros recurrían a los primeros computadores, Clyde confiaba en una regla de cálculo y en la guía del Espíritu Santo. “Nunca nos apartamos de las leyes de la física”, dijo una vez. “Dios simplemente nos mostró cómo utilizarlas y lo hizo realidad”.

Su mayor logro tecnológico llegó con Syncom, el primer satélite de comunicaciones geoestacionario que no funcionara sin fallar. Con un peso de tan solo 45 kg, el pequeño satélite fue diseñado para adaptarse a la rotación de la Tierra, flotando sobre un punto fijo en el cielo, algo nunca antes logrado. Éste se convertiría en la base de la radiodifusión global moderna.

A pesar de los primeros contratiempos, la fe de Clyde nunca flaqueó.

“Nunca dudé que pudiéramos colocar un satélite en órbita geoestacionaria”, dijo, dando crédito a colegas como el Dr. Harold Rosen y a la sabiduría divina obtenida a través de la oración. Clyde y Eufaula oraban en lenguas hasta recibir una revelación de Dios, una práctica espiritual que más tarde fue confirmada por Kenneth Copeland, quien enfatizó: “Así es como sucedió. Cuando buscas el corazón de Dios… el Espíritu mismo intercede… y el que escudriña los corazones sabe cuál es la mente del Espíritu.”

“Pájaros” en el Espíritu

La integración de la fe y la ingeniería de Clyde era tan profunda que incluso las reuniones de oración tocaban el mundo clasificado de la industria aeroespacial. Phillip Halverson, un compañero de oración conocido por orar en lenguas e interpretar en inglés, comenzó una vez a declarar: “¡Pájaros, pájaros, vuelen pájaros!” Sin que él lo supiera, “pájaros” era la referencia clasificada para los satélites. Clyde reconoció inmediatamente el significado espiritual: “No hay forma de que alguien pudiera saberlo”, comentó, “excepto por el Espíritu.”

Otro milagro que ocurrió fue cuando se perdió un satélite en órbita. A Clyde se le asignó la tarea, aparentemente imposible, de localizarlo. El hermano Halverson fue a la casa de Clyde en El Segundo, California, y oró por él mientras Clyde estaba recostado en su sillón de cuero. Después de largas sesiones de intercesión, Clyde recibió una revelación divina y recuperaron el satélite.

Este fue solo un ejemplo adicional de cómo Dios se manifiesta en los detalles de la ciencia orbital.

Una idea divina: El Servicio de Comunión Mundial

A principios de la década de 1980, el trabajo pionero de Clyde había sentado las bases tecnológicas para la comunicación global por satélite. Fue entonces cuando Kenneth Copeland recibió una inspiración divina.

“El SEÑOR puso en nuestros corazones la idea de celebrar un servicio de comunión mundial”, recordó Copeland. “Así que llamé a Clyde y le dije: ‘¿Puedes conectar satélites entre sí y hacer que se comuniquen entre ellos?’”

La respuesta de Clyde fue esencialmente llena de fe.

“Sí, puedo. ¿Cómo? No lo sé. Pero, si lo necesitas, Dios sabe cómo hacerlo.”

Y así comenzaron uno de los emprendimientos espirituales y técnicos más audaces de la historia cristiana.

El servicio de comunión se fijó para el 28 de agosto de 1982, durante la Convención de Creyentes del Suroeste. Trabajando con un equipo de más de 11.000 técnicos, Clyde conectó con éxito ocho satélites para unir 137 ciudades de los Estados Unidos y 22 ciudades internacionales, algo nunca antes visto. Ayudando a ejecutar esta visión estaba Dale Hill, pionero de la televisión cristiana que había trabajado con la cadena ABC Sports y comprendía el poder de la transmisión en vivo.

“Formar parte de ese proyecto”, dijo Hill, “me pareció lo más grande que se hubiera hecho en la programación cristiana del momento”, mientras recordaba cómo las transmisiones deportivas acababan de comenzar a experimentar con camiones satelitales móviles. “Trajimos ese mismo nivel de tecnología al ministerio.”

Cuando las cámaras de la iglesia del Dr. Yonggi Cho en Seúl, Corea del Sur, enfocaron a la enorme congregación, fue un momento inolvidable. Cuando los feligreses de Fort Worth vieron a los creyentes coreanos en la pantalla, se pusieron de pie y aplaudieron, abrumados por la conexión espiritual.

“Hubo una conexión real”, reflexionó Hill. “Hoy en día lo damos por sentado. Pero, en aquel entonces, fue un milagro.”

Señales en los cielos

Mientras millones de personas tomaban comunión en todo el mundo, unidos en cuerpo y espíritu, Kenneth Copeland levantó los ojos de pie en la tarima del Centro de Convenciones de Fort Worth, reflexionando sobre los satélites que llenaban el cielo. “Hay varias de esas maravillas en el cielo esta noche”, dijo, “esos satélites que navegan alrededor de la Tierra. El mundo entero recibirá este mensaje esta noche.”

Refiriéndose a Hechos 2:19, dijo: «Haré prodigios en el cielo…» Sin embargo, Copeland no solo se maravillaba de la tecnología, sino que proclamaba una verdad espiritual más profunda: “Pensar que todos podríamos dejar a un lado nuestras diferencias de denominación, de doctrina, de política, de naciones, de piel… simplemente dejarlas a un lado y estrechar nuestras manos y amarnos entre nosotros; eso es una maravilla de maravillas. Jesús tiene que ser una de las señales de los últimos días.”

Y esa noche, el Cuerpo de Cristo hizo precisamente eso, a lo largo de continentes, culturas y husos horarios.

Una nueva era para la radiodifusión cristiana

El éxito del Servicio de Comunión Mundial de 1982 marcó el comienzo de una nueva era en la radiodifusión cristiana. Los consultores de la NASA lo describieron como un momento decisivo, diciendo: “Este es el comienzo de una nueva fase en la que los cristianos utilizan la tecnología proporcionada por Dios a través del programa espacial.” El trabajo de Clyde McGee ya no se limitaba a la ingeniería, sino que se había convertido en un componente vital del ministerio global.

Los satélites interconectados, que abarcaban las regiones del Océano Índico, el Atlántico y el Pacífico, junto con los sistemas operados por Western Union y RCA, permitieron a los Ministerios Kenneth Copeland lograr lo inimaginable. Y en el centro de todo, se encontraba un hombre que no solo dependía de fórmulas y de la física, sino también de la revelación divina recibida a través de la oración.

La historia de Clyde McGee nos sirve como un poderoso recordatorio de que la fe y la ciencia no son mutuamente excluyentes, sino complementarias en las manos de aquellos que son llamados. Ya fuera diseñando trayectorias de satélites con una regla de cálculo o recostado en un sillón mientras intercesores oraban por él, McGee ejemplificó la fusión del intelecto y la inspiración divina. Él demostró que la innovación revolucionaria puede comenzar —y a menudo lo hace— en el lugar secreto de la oración.

En un mundo cada vez más dependiente de los avances tecnológicos, el legado de Clyde McGee exhorta a los creyentes a comprometerse con valentía con la innovación, confiando en que Dios todavía inspira “ideas ingeniosas” para Sus propósitos. Clyde McGee fue más que un científico. Fue un innovador guiado por el Espíritu, un esposo de oración y un vaso del propósito divino. Su historia es el ejemplo perfecto de lo que Kenneth Copeland describe como un momento para convertirse en “aquél que dice sí”.

“Dios necesitaba del hombre”, dice Kenneth, “y Clyde McGee era el elegido. Se sometió a Dios y mira lo que hizo por el evangelio.”

Desde reglas de cálculo hasta satélites, desde oraciones susurradas hasta el servicio de comunión mundial, la vida de Clyde McGee demuestra que la fe y la ciencia, lejos de ser opuestas, pueden orbitar alrededor de la misma verdad divina.

Porque un hombre escuchó… un hombre creyó… y un hombre obedeció.

Y, a través de esa obediencia, los cielos declararon la gloria de Dios. V

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