Tu voluntad, tu elección, tus palabras
Hay una expresión que se ha colado últimamente en las conversaciones de la gente. Es muy probable que la hayas oído. Alguien dice algo a la ligera en tono crítico, hace una afirmación que probablemente no debería, y luego añade encogiéndose de hombros: “Es solo un comentario.”, o “Digo, ¿no?” o “Sin ánimo de ofender.” (NDT: Adaptación de la expresión popular en el inglés contemporáneo: “Just Saying.”, que se traduce literalmente como “Sólo digo.”).
Es solo un comentario.
Por inofensiva que parezca tal expresión, es extremadamente engañosa. Implica que lo que estamos diciendo es intrascendente, como si nuestras palabras sólo reflejaran lo que pensamos acerca de la realidad, sin que ello pudiera afectarla.
Sin embargo, nada más remoto a la realidad. Las palabras son el trasfondo de todo lo que ocurre en este planeta. Son las que manifestaron su existencia. Dios lo declaró y lo llamó a la existencia. Lo dijo… y se hizo realidad.
Los creyentes conocemos muy bien esta verdad: El universo no se formó accidentalmente por una explosión cósmica aleatoria. Al contrario, como dice Hebreos 11:3: «Por la fe entendemos que los mundos fueron creados por la PALABRA de Dios, de modo que las cosas que se ven no fueron hechas de cosas que aparecen». El primer capítulo del Génesis expone el proceso con más detalle.
Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra. La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Y dijo Dios: «¡Que haya luz!» Y hubo luz. (versículos 1-3).
Por algo son los primeros versículos de la Biblia. Preparan el escenario para todo lo que prosigue. También sientan las bases de cómo nosotros, Sus hijos, debemos vivir nuestras vidas. No sólo nos revelan que Él es el Creador, sino también Su método de creación; un método que Él considera vitalmente importante para nuestra comprensión, y que en Génesis 1 repite una y otra vez:
- «Dios dijo: «¡Que haya algo firme en medio de las aguas… Y así fue» (versículos 6-7).
- «…Dijo Dios: «¡Que se junten en un solo lugar las aguas que están debajo de los cielos… Y así fue» (versículo 9).
- «…Dijo Dios: «¡Que produzca la tierra hierba verde… Y así fue» (versículo 11).
- «…Dijo Dios: «¡Que haya lumbreras en la bóveda celeste, Y así fue» (versículos 14-15).
- «Dijo Dios: «¡Que produzcan las aguas seres vivos, y aves que vuelen sobre la tierra…» (versículo 20).
- «Dijo Dios: «¡Que produzca la tierra seres vivos… Y así fue» (versículo 24).
La Biblia nos podría haber transmitido la información contenida en esos versículos de forma mucho más concisa. Podría haber mencionado una sola vez que «Dios dijo», y luego enumerar todo lo que Él llamó a la existencia—Pero no lo hace. Nos dice una y otra vez que «Dios dijo», porque no es tan sólo “información”. Es una revelación que Dios quiere que asimilemos. Nosotros, sus hijos e hijas terrenales, debemos operar como Él lo hace, y para ello quiere que entendamos esta verdad crucial:
Dios crea y da vida con Sus palabras.
Este planeta yacía muerto antes de que Dios declarara las palabras de Génesis 1. No poseía forma, estaba vacío y oscuro. Este no es el estado en que lo había creado originalmente. Según Isaías 45:18, Él no creó la tierra “para que fuera un desperdicio sin valor; la creó para ser habitada” (Biblia Amplificada, Edición Clásica, AMPC). Pero la caída de satanás en una era pasada había causado toda clase de mortandad. Su rebelión contra Dios trajo a la tierra una destrucción masiva que dejó al planeta Tierra y su atmósfera circundante totalmente muertos.
Sin embargo, Dios fue capaz de devolverles la vida… con Sus palabras.
Dios no hace nada sin antes decirlo. Él siempre crea y transforma las cosas declarando palabras, porque éstas contienen el poder. Ahí es donde se halla la vida.
En Génesis 1:26, vemos que incluso Adán fue creado con palabras. Fue creado cuando Dios [Elohim en hebreo, que se refiere al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo] dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». El SEÑOR no estaba pensando en voz alta. No estaba hablando consigo Mismo: “Tengo una idea: ¿Por qué no hacemos un hombre?” Al contrario, estaba liberando Su poder. Así como le dio existencia a la luz, diciendo: “Hágase la luz”, estaba dándole existencia a Adán, diciendo: “Hagamos al hombre…”
“Pero hermano Copeland”, podrías decir, “pensé que Dios hizo a Adán de la tierra.”
No, sólo su cuerpo se formó del polvo de la tierra. El propio Adán fue creado cuando Dios “sopló en su nariz aliento o espíritu de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7, AMPC).
Jesús dijo: «Las palabras que yo les he hablado son espíritu y son vida» (Juan 6:63) ¡Dios insufló espíritu y vida en Adán con Sus palabras!
Hace años, mientras estudiaba sobre este tema, el SEÑOR me mostró cómo sucedió. En una visión, lo veía sosteniendo el cuerpo grisáceo y sin vida de Adán. Lo sostenía por los hombros y, mientras colgaba fláccido frente a Él, pude apreciar que era del mismo tamaño que el propio Dios.
Dios no mide 30 metros. Jesús dijo: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre”, y Jesús mide alrededor de un metro ochenta. Podemos imaginarnos a Adán al imaginarnos a Jesús. Adán era Su réplica exacta. Parecían gemelos, porque lo eran. Ambos eran idénticos a su Padre. Así que, cuando Dios levantó el cuerpo de Adán, sus ojos, nariz y boca estaban perfectamente alineados y a la misma altura.
Imagínate hablando frente a frente con alguien de tu mismo tamaño. Si estuvieras muy cerca, ¿dónde impactarían tus palabras y tu aliento? Directo en la cara. No lo impactarían ni en la frente ni en la garganta, sino perfectamente en las fosas nasales.
En mi visión, eso mismo aconteció cuando Dios insufló vida a Adán. Le habló directamente a la cara del cuerpo perfectamente formado de Adán, y le dijo: «¡Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza! ¡Que domine en toda la tierra sobre los peces del mar, sobre las aves de los cielos y las bestias, y sobre todo animal que repta sobre la tierra!» (Génesis 1:26). Con esas palabras, el aliento y el Espíritu de Dios fluyeron hacia la carne de Adán; la inundaron con la gloria, el poder y la fuerza vital de Dios Mismo… y Adán cobró vida.
Y Dios creó al hombre a su imagen. Lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios con estas palabras: «¡Reprodúzcanse, multiplíquense, y llenen la tierra! ¡Domínenla! ¡Sean los señores de los peces del mar, de las aves de los cielos, y de todos los seres que reptan sobre la tierra!» (versículos 27-28).
Los sabios judíos señalan que, de todas las criaturas de la Tierra, sólo el hombre fue hecho “un espíritu parlante” como Dios. Sólo al hombre se le concedió el don de la palabra. ¿Qué pretendía Dios que hiciera con este don digno de la realeza? Las primeras palabras que Adán oyó declarar a Dios lo dejan en evidencia: debía ser fecundo, multiplicarse, repoblar y ejercer dominio sobre la tierra.
Al igual que Dios, que lo había BENDECIDO, Adán debía operar en LA BENDICIÓN, liberando la vida y el poder creativo y transformador de Dios pronunciando palabras llenas de fe.
“Ábranme las puertas de la justicia”
Entonces, ¿comprendes por qué tus palabras son tan importantes?
No sólo vives en un mundo creado y ordenado por palabras, sino que procedes del mismo lugar que Adán. Él originó de Dios, ¡y tú también! Cuando recibiste a Jesús como tu SEÑOR, «naciste de nuevo, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la PALABRA de Dios que vive y permanece para siempre» (1 Pedro 1:23). Dios insufló Su propia vida eterna, gloria, poder y fe en ti y te re-creó a la imagen de Jesús.
Jesús es declarado «el último Adán» (1 Corintios 15:45). A través de Él, has sido autorizado para reinar en vida al declarar palabras llenas de fe, tal como lo hizo el primer Adán antes de la caída. Has sido autorizado a declarar la PALABRA de Dios por fe y esperar que se cumpla en tu vida, tal como los Evangelios nos revelan que sucedió con Jesús.
Una vez te aferres a semejante revelación, ¡nunca volverás a ser el mismo! Cuando descubras tu origen y lo que tus palabras de fe pueden hacer, te convertirás en un tigre. ¡Puedo dar testimonio!
Hoy en día, la gente que me escucha predicar podría pensar que siempre fui un hombre de fe, pero ese no es el caso. Hubo una época de mi vida en la que el miedo subía y bajaba por mi espina dorsal y me robaba con éxito las BENDICIONES de Dios. Durante ese tiempo, simplemente aceptaba las mentiras que me contaba el diablo.
“No eres más que un gusano piojoso e inútil”, me decía. “Jamás lograrás algo importante. Es mejor que no te pongas metas muy ambiciosas. Está garantizado que no las alcanzarás. Acabarás fracasando y serás un hazme reír.”
Si hubiera seguido escuchando al diablo y repitiendo sus palabras, habría pasado toda mi vida lleno de ansiedad, declarando palabras llenas de miedo y recibiendo sus resultados. Jamás habría experimentado la paz que sobrepasa todo entendimiento, que provoca que los demás me miren y piensen: “Este pobre hombre no tiene ni sentido común para preocuparse.” Nunca hubiera conocido el gozo de relajarme al depositar mis cargas en las manos de mi Padre celestial.
Pero, gloria a Dios, he experimentado ese gozo. He experimentado esa paz. Descubrí lo que La PALABRA dice de mí, y ya no tengo que vivir con miedo al fracaso, meditando y hablando como si fuera un gusano indigno. Al contrario, puedo declarar con valentía sobre mi vida lo que dice el Salmo 118: «El Señor está conmigo y no tengo miedo… Ábranme las puertas de la justicia para que entre yo a dar gracias al Señor.» (versículos 6, 19, NVI).
Lamentablemente, a muchos cristianos jamás se les ocurriría exclamar que tienen acceso a las puertas de la justicia. Han aprendido a repetir frases como: “No soy digno de entrar por esas puertas. Sólo soy un viejo pecador salvo por la gracia.” En realidad, piensan que están siendo humildes. Sin embargo, no tienen idea de que, al tomar dicha actitud, están poniéndose de acuerdo con el diablo.
¡Están contradiciendo rotundamente la PALABRA de Dios!
Su PALABRA dice en Colosenses 3:10 que, cuando nacimos de nuevo, aquel viejo pecador que solíamos ser murió, y nos «vestimos del nuevo hombre, el cual se renueva en conocimiento según la imagen del que lo creó». Segunda de Corintios 5 dice que en Cristo somos nuevas criaturas y hemos sido «hechos justicia de Dios en él» (versículos 17, 21).
Los creyentes debemos pensar conforme el Nuevo Testamento. Debemos declarar lo que se dice acerca de nosotros en lugar de repetir tradiciones religiosas fabricadas por el hombre.
Debemos practicar y seguir el ejemplo del apóstol Pablo. Él no sólo escribió los versículos que acabo de citar en Colosenses y 2 Corintios, sino que se visualizó a sí mismo bajo esa luz. Antes de ser salvo, persiguió a los cristianos y los encarceló. Antes de ser salvo, participó en la lapidación de Esteban y sostuvo en sus manos las túnicas de los hombres que lo apedrearon. Pero, después de nacer de nuevo, Pablo dijo lo siguiente al referirse a sí mismo:
Pues a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado. (2 Corintios 7:2).
Recuerdo el instante en que descubrí la aparente ironía de tal afirmación. De un salto, me levanté del escritorio donde había estado leyendo mi Biblia, y exclamé: “¡He pillado a este hombre mintiendo! Su propio testimonio dice que injurió y defraudó a los hombres.”
Inmediatamente, el Espíritu del SEÑOR habló a mi interior. Su tono de voz era tan severo y fuerte, que me congeló donde estaba.
¡Ten cuidado como te refieres!, me dijo. ¡El hombre del que hablas murió en el camino a Damasco!
Al instante, comprendí que tenía toda la razón. En Cristo Jesús, el apóstol Pablo se había convertido en un nuevo hombre, una nueva criatura en Cristo (2 Corintios 5:17). Es más, él lo sabía y, además, lo creía. Lo había meditado al punto que pensaba y hablaba como un hombre que había entrado por las puertas de la justicia.
Los creyentes debemos seguir el mismo ejemplo. Debemos pensar y hablar sobre nosotros como lo hace Dios. Debemos seguir encontrando en la Biblia cada puerta que Jesús nos haya abierto, y luego declarar por fe: “Esa es mi puerta, y la atravesaré.”
(Adaptación del nuevo libro de Kenneth Copeland, titulado Vive libre del temor. Para obtener más información o para ordenar tu ejemplar, escanea el código QR que aparece en el anuncio de esta página).